[Nota: para una experiencia completa, antes de leer, dale al play]
Me prometiste la eternidad, pero me traicionaste en el peor
momento.
Abriste las ventanas de nuestra casa y les dejaste entrar.
Tú me mataste.
Y el tiempo hizo el resto.
Te dejaste engañar, creíste a los que te dijeron que era
necesario desprenderse de mí para crecer.
Te dejaste embriagar por una falaz versión de la madurez.
Me volviste la cara para mirar al miedo, al egoísmo, a los
complejos, al engaño, a la envidia, a la inseguridad.
Soltaste mi mano y terminaste con nuestro aislamiento.
Y yo morí, porque no puedo vivir si mi dueño no cree en mí.
Necesitaba toda tu energía, toda tu pasión por la vida.
Porque solo puedo vivir de ti y en ti. Porque tú me
alimentabas y me protegías de ese asesino invisible y silencioso que es el
tiempo…
…Y de todo lo demás, porque todo lo demás era incompatible
conmigo.
Pero les dejaste entrar. A todos. Y solo porque llamaban a
tu puerta.
Fuiste tú quien abrió las ventanas, derribó las puertas,
reventó los muros.
Desapareció nuestro hogar, se esfumó la infancia.
El tiempo se paseó a sus anchas.
Y ahora ese espacio que compartimos, en el que yo te enseñé
a soñar, está en ruinas.
Ilustra un crimen irreversible, todo lo que nos han robado,
todas tus concesiones, tu asesinato.
Ellos nunca hubieran sido capaces sin tu ayuda.
Tú les convertiste en invitados.
Has de saber que mis heridas nunca cicatrizan.
Y mi sangre es la ausencia de colores. Ese gris que grita y silencia.
Porque tu mundo ya no será lo mismo sin mí. El cielo no
volverá a ser igual de azul. Las primaveras pasarán rápido y pronto no se
distinguirán de los otoños.
Cada paso tuyo desembocará en un crujido que te hará dudar.
Como si toda tu vida discurriera por nuestra casa en ruinas.
Quizás un buen día de pronto lo entiendas y me reclames de
nuevo, pero yo ya estoy muerta.
Sí, es cierto, mi música seguirá sonando y tú la oirás de vez en cuando.
Pero sus notas no te devolverán nuestra alegría.
Serán tu eterna penitencia por traicionar y matar a tu inocencia.