24 de marzo de 2012

La profundidad del Iceberg (2010)





Cómo olvidar esa imagen del iceberg colgada de la pared. Un fotomontaje lo desnuda ante el mundo, revelando todo su volumen y profundidad. Tres años después su fuerza permanece intacta. Una visión tan imposible, como sugerente y evocadora. Símbolo de muchos de los misterios de nuestra realidad. Me había preguntado en muchas ocasiones: ¿qué tendrá ese témpano de hielo para vestir a tantas paredes? ¡Acaso simboliza la nueva fiebre (o debería decir gripe A) por el cambio climático! Pero la respuesta es fácil: representa la esencia de la desorientación del hombre, enfrascada en cada pregunta sin respuesta. Por eso, cada vez que lo miro, veo una cosa distinta. Unas veces veo mi retrato: un islote a la deriva, mudo, incomunicado, incomprendido, pero en calma. Al fin y al cabo, el silencio es paz, aunque nos empeñemos en combatirlo por temor a la soledad. Reflejo exacto de mi frialdad, de mi incapacidad para comunicarme, para derramar una sola lágrima al saber que de nada serviría… Pero sin dejar de tener ganas de llorar. 

15 de marzo de 2012

Silencio




El eco de sus pasos anuncia la tempestad.
Pasos acelerados, descuidados, precipitados, furiosos… De los que ahogan.
Siempre que llega así, entra sin saludar y enciende la minicadena.
Una canción suena a todo volumen, siempre diferente, pero los gritos de mamá nunca dejan de oírse. Ni los golpes. Sobre todo los golpes. Suenan como disparos. 
Odio la música. Solo la escucho cuando mamá grita o es golpeada.
Hoy mi madre grita más que nunca. O quizás han pasado demasiados años y ya no soy un niño. Ya no basta con tragarme las lágrimas y dejar que la música hable por mí. De pronto, soy incapaz de fingir que ignoro, que no sé.
Hoy es el primer día que puede más la rabia que el miedo.
Trato de ponerme de pie y me tiemblan las piernas. Es la primera vez que muevo mis músculos mientras la música suena.
Doy un paso y me hierve la sangre. Rompo a correr hasta su mazmorra, sumido en un torbellino de ira y miedo.
La puerta está cerrada. Ella grita “¡no, hijo, no!”, y él la pega más fuerte, y eso me hace estallar. Algo se ha quebrado en mí.
Doy patadas y puñetazos a la puerta, la araño, la muerdo, grito, lo insulto, y él la culpa de todos mis pecados. Pero no abre la puerta.
Regreso a mi cuarto y lanzo ese aparato infernal por la ventana.
El suelo cumple su parte del trato y en la casa se hace el silencio.
Sin música no hay baile.
Él llega como una exhalación, pero al verme se asusta.
“Mañana mismo vas a un reformatorio. Estás loco.” 


Fotografía de JLT Photography

12 de marzo de 2012

Restaurante 'Metro Bistró': La transgresión del restaurante de barrio


Muy al contrario de lo que a primera vista podría parecer, 'Metro Bistró' no es un lugar cualquiera. Allí se está librando una (honesta) batalla entre el talento y los recursos financieros. Eso es lo que parece anunciar la típica e imponente barra de bar madrileño que da la bienvenida al comensal... Porque el local apenas logra ocultar los orígenes del establecimiento, que hace bien poco, y durante décadas, era y fue un típico bar madrileño, uno de esos bares con comedor otrora tan abundantes como iglesias y que ahora están en peligro de extinción, ante la falta de relevo natural de los clientes de toda la vida; con un comedor en donde el menú del día era recitado de memoria por los vecinos del (privilegiado) barrio de Argüelles; con “gatos” desfilando, quién sabe si palillo en boca, los domingos por la tarde, y en donde se servían generosas racines de codillo, torreznos y tortilla española, y uno podía sincerarse con el camarero. Y ese cuerpo permanece, como decía, apenas revestido de unas cuantas salpicaduras de modernidad, originalidad y buen gusto (no necesariamente los tres adjetivos “salpicando” los mismos lugares). Y, por supuesto, ahí siguen la barra color gris metalizado, el suelo, en una fallida versión actualizada, etc…

10 de marzo de 2012

Flotando






Tailandia, 5:00 a.m.
Las sábanas blancas yacen apartadas, arrugadas, enroscadas en sus piernas, olvidadas, víctimas de un ciclón. Ella duerme desnuda, como él. El ventilador del techo acompaña fielmente su respiración. El imperio de la calma, en una cama castigada por la pasión. Found in translation. Pero algo desciende lentamente, colgado del ventilador. Hace tiempo que se ha fijado en ella. Ha esperando pacientemente la ocasión ideal, por eso ahora se recrea tanto. Baila sobre sus piernas sin apenas tocarlas, se columpia sobre su cadera. La respira, se entretiene escuchando el latido de su corazón. Ella todavía no sabe si muerde o pica, pero se gira al sentir un dulce hormigueo recorrerle la cintura y se abraza a él.
6 a.m.
Ella sueña con despertarse. Las sábanas han huido del lugar del crimen y regalan su blancura al suelo. El mordisco ha sido certero y el veneno ya inunda su corazón. Cuando despertó a la mañana siguiente, descubrió que estaba enamorada. Nadie la advirtió que en los países tropicales el amor está en el aire. Flotando. 


Fotografía de JTL Photography

5 de marzo de 2012

Sushi & Paella (Relato musical bilingüe)


A Japón. Al peso del silencio, a la música de las palabras concebidas y no nacidas.

“Fa”. Suena mi beso en su mejilla. Me gusta, lo adoro. No dejo que el tiempo apague el eco de esa nota y voy a por más. “sol, do, mi… sol, do, mi… sol, do, mi”. Todo ello en un bajo ostinato. Noto a la Luna bañándose en mi frente. Bajo como un loco hasta su ombligo. Levanto la vista y todavía no me lo creo. Sumisión, placer. Ella está hecha toda de teclas de piano, pero sigue siendo tan suave como siempre. Y yo la toco como un genio de la música, como si la hubiese tocado miles de veces antes, como si ella estuviese hecha para que yo la tocase. Pero a la vez estoy alucinado, sobrecogido, como si fuera la primera vez. “sol, do, mi…”. Decido innovar, mis dedos escapan a la melodía y la desgarran en tonos agudos. “Si, si”. “Sí”, pienso. “Perfecto”. Las teclas se van desprendiendo de su cuerpo según las voy tocando, como una bandada de golondrinas abandonando su árbol favorito, para besar el suelo con la suavidad de las hojas secas en otoño o los copos de nieve en invierno. La desnudo por completo y ya no quedan teclas ni notas para seguir luchando contra el silencio. Y en medio de ese silencio ella abre los brazos y, por fin… Por fin, prefiero el silencio. Porque “su” silencio es para mí, como la música que nace de las manos de mi padre cuando emula a Beethoven en el salón, bendecido por un claro de luna.  

3 de marzo de 2012

Restaurante 'Soy': Elegancia lírica comestible


Cuando Pedro no puede venir, el restaurante cierra.” Con esta contundente frase, Tamayo, la delicada y servicial mujer de Pedro Espina, resume, casi sin querer, la filosofía de este establecimiento. En realidad, la propia Tamayo, la artesanía del cheff español, las reducidas dimensiones y austeridad de la decoración del local (que ni siquiera cuenta con un rótulo en la entrada, pasando totalmente desapercibido incluso para quienes lo andan buscando…) y la configuración del menú degustación que se sirve en las cenas forman parte de un armónico todo: conforman un fragmento de Japón perdido en el centro de Madrid. Así, cenar en Soy es establecer una conexión con Japón mucho más allá de la meramente culinaria. Es, además, un Japón tímidamente de autor. Como si Pedro nos prestara sus sentidos para que sintamos la lírica nipona como él la siente. Porque si por algo destaca Soy es por el aroma artesanal y personal, por un lado, y evocador, por otro, que desprende. Todo está hecho con dedicación y mimo. Y esos conceptos en el año 2012 solo pueden ser sinónimos de la mayor de las sofisticaciones.  

coLlagE


Estás obsesionado con el paso del tiempo. No, espera, son los recuerdos que ni siquiera el paso del tiempo puede borrar. Con esos parásitos que se acomodan en la alcoba de tu mente y tejen ahí su propio hogar. Como arañas de patas infinitas. Caminan, cambian, se desarrollan, a veces se reproducen, pero nunca desaparecen…

Arpegios y tormentas


Por fin quietas, las maletas. Grita emocionada, la puerta.  Comienza a girar, la ruleta. Ella se asoma, la emoción aprieta. Arpegios, notas descontroladas en el aire sobornan mi boca. Su blusa se desabrocha sola. Llueve afuera. Gotas y más gotas. Ella llora suave, suspira, pero ninguna palabra brota. Todas las mías nacen desechas o rotas. Relámpagos nacen y mueren en la tormenta. Miro a un lado, al otro. Todo es nuevo, todo es viejo. Descubro que la quiero. Que la quiero más cuando estoy solo. Pero a ella no le importa. Ya sin ropa, ella para. Me abraza y susurra: “¿por qué volviste?” Vuelvo la cara. Las maletas siguen quietas.