19 de agosto de 2012

Alma de un náufrago




Observó al humo elevarse lentamente hacia el techo, como una sigilosa boa… Esperó a que se desdibujara en el aire, alimentando la nube tóxica que otorgaba a aquel lugar esa atmósfera brumosa, para él, tan mágica.

Se conocieron un día por casualidad. Decidieron a golpe de miradas que se verían de nuevo. Luego él conoció su diminuto apartamento por primera vez… Y ahora, llamaba a su puerta cada domingo a las tres. Y ella abría la puerta siempre con el mismo pijama, y rara vez sonreía así en otras ocasiones.

Él siempre se sentaba en el viejo sofá verde, que parecía rescatado de cualquier contenedor y que tanto le recordaba a su película favorita. Entonces ella aparecía por detrás y le susurraba, entre caprichosa y traviesa: “¿fumamos?”

Ella no tenía familia. Por lo menos, no una a la que quisiera. Quizás por eso siempre decía que estaba sola. Y debía de ser cierto, porque lo decía sin expresar ningún tipo de sentimiento. Ni pena, ni miedo, ni rabia, ni sufrimiento. Sonaba al loro del vecino dando los “buenos días”. Él admiraba su capacidad para someterse al veredicto del destino. Un ejercicio de sumisión que a él le estaba vetado… Porque a él su familia le había querido demasiado, y ahora no podía soportar su destino, en ninguna de sus hipotéticas variantes. Porque la realidad, fuese cual fuese, era mucho peor que la burbuja en la había crecido. Un mundo lleno de amor y atenciones, en donde todo era accesible y fácil, y el sacrificio era una montaña lejana, que no hacía sino enriquecer el paisaje.

Por eso él no soportaba el paso del tiempo, el cambio brusco en el paisaje, las constantes nuevas exigencias… Le hería la ágil alternancia entre el día y la noche. El tiempo le estaba arrebatando a su familia, le estaba convirtiendo en un ser débil y vulgar. Porque él no sabía escalar.

Esa desorientación vital que la soledad y la vulnerabilidad compartían les había conectado. Se habían encontrado en un cruce de caminos a ninguna parte, y, quizás por eso, se sintieron desde el principio con derecho a penetrar en la más profunda intimidad del otro.

Él sentía que podía decir lo que quisiera, confesarle todos sus secretos, todos sus pecados., preguntarla cualquier cosa. Ella todo lo aceptaba como parte de lo que él era, y él le pagaba con la misma moneda. La libertad dialéctica era el mejor regalo que dos náufragos podían hacerse.

Él dio una calada, pensativo: aunque pareciese una locura, ella era la persona que mejor le conocía.
Ella no paraba de sonreir, disfrutaba imaginando al humo convertido en un agujero negro y engulléndolo todo… De pronto, tuvo una visión.
-¿Qué haces? –dijo él, extrañado-. Ella se había puesto de pie y manipulaba suavemente la nube de humo con el dedo índice de su mano izquierda.

-Dibujo tu alma –dijo ella sin apenas inmutarse. Estaba cada vez más concentrada en moldear el humo con el poder de su afilado dedo.

-Y supongo que las almas tienen forma de cara… Dijo él adivinando el esbozo de una boca en medio del delirio.

- ¡Por supuesto! Si no, cómo iba a ser eterna.

Él se rió y trató de abrazarla, pero ella lo apartó bruscamente.

- Sigue fumando, por Dios, ya casi lo tengo…

Comenzó a bailar tímidamente mientras seguía dibujando con su dedo. A él su dedo le parecía una varita mágica. Rió tumbado en el suelo, con los brazos en cruz. Rendido. No recordaba haber sido nunca tan feliz. Dio una gran calada que le inundó los pulmones, pero logró reunir la energía suficiente para escupir humo con la potencia de un dragón.

- ¿Y estás segura de que mi alma es tan gris?

- Eso lo dices tú. Yo no la veo gris…

- Mmm… Yo tampoco… Quizás hemos fumado demasiado.

- Las almas son violetas. Y huelen como violetas… Si no, no podrían ser eternas.

- ¿Y cómo te gustaría que fuera mi alma?

-A mí me gustan las cosas exactamente como son.

El chico soñaba mientras la observaba bailar tan concentrada. A lo mejor un día  ella reunía la osadía suficiente para intentar dibujar su alma sin necesidad del humo. Y a lo mejor un día él reunía el valor suficiente para imaginar su alma entre sus dedos sin necesidad de estar fumado. 

De pronto, ella se paró y le miró muy seria, como si necesitara averiguar un dato de suma importancia para finalizar su obra magna.

-¿Cuántos años tienes?

Él soltó una carcajada.

-¿Eso importa?

-Sí

Él sonrió con picardía…

-Así que las almas violetas y de eterna mirada cambian con la edad…

Ella asintió lentamente pero con gran convicción.

-Y tú, ¿cómo te llamas? Tengo que saber cómo se llama la pintora de mi alma.

Ella se abalanzó sobre él usando el dedo índice como arma blanca, y ambos se revolcaron en el suelo, desnudándose, una vez más, de preguntas y respuestas. Dejando que sus almas se fundieran con el humo y se desvanecieran lentamente con él. Dejando que la oscuridad los envolviese, soñándose engullidos por aquel agujero negro. Desnudos y desalmados. Unidos y encendidos. Esa era la única manera que él había encontrado de parar el tiempo.

[Nota: Dale al play para completar la experiencia...]



Fotografía de JTL Photography

1 de mayo de 2012

Yo muero, tú pierdes





[Nota: para una experiencia completa, antes de leer, dale al play]




Me prometiste la eternidad, pero me traicionaste en el peor momento.
Abriste las ventanas de nuestra casa y les dejaste entrar.
Tú me mataste.
Y el tiempo hizo el resto.
Te dejaste engañar, creíste a los que te dijeron que era necesario desprenderse de mí para crecer.
Te dejaste embriagar por una falaz versión de la madurez.
Me volviste la cara para mirar al miedo, al egoísmo, a los complejos, al engaño, a la envidia, a la inseguridad.
Soltaste mi mano y terminaste con nuestro aislamiento.
Y yo morí, porque no puedo vivir si mi dueño no cree en mí.
Necesitaba toda tu energía, toda tu pasión por la vida.
Porque solo puedo vivir de ti y en ti. Porque tú me alimentabas y me protegías de ese asesino invisible y silencioso que es el tiempo…
…Y de todo lo demás, porque todo lo demás era incompatible conmigo.
Pero les dejaste entrar. A todos. Y solo porque llamaban a tu puerta.
Fuiste tú quien abrió las ventanas, derribó las puertas, reventó los muros.
Desapareció nuestro hogar, se esfumó la infancia.
El tiempo se paseó a sus anchas.
Y ahora ese espacio que compartimos, en el que yo te enseñé a soñar, está en ruinas.
Ilustra un crimen irreversible, todo lo que nos han robado, todas tus concesiones, tu asesinato.
Ellos nunca hubieran sido capaces sin tu ayuda.
Tú les convertiste en invitados.
Has de saber que mis heridas nunca cicatrizan.
Y mi sangre es la ausencia de colores. Ese gris que grita y silencia.
Porque tu mundo ya no será lo mismo sin mí. El cielo no volverá a ser igual de azul. Las primaveras pasarán rápido y pronto no se distinguirán de los otoños. 
Cada paso tuyo desembocará en un crujido que te hará dudar.
Como si toda tu vida discurriera por nuestra casa en ruinas.
Quizás un buen día de pronto lo entiendas y me reclames de nuevo, pero yo ya estoy muerta.
Sí, es cierto, mi música seguirá sonando y tú la oirás de vez en cuando.
Pero sus notas no te devolverán nuestra alegría.
Serán tu eterna penitencia por traicionar y matar a tu inocencia.
Porque, aunque yo muera, pierdes 


Fotografía de JTL Photography

15 de abril de 2012

Conquista


Llegábamos sin previo aviso e invadíamos los pueblos. Literalmente. Disparábamos ramos de flores en honor a Banksy. Contagiábamos la alegría con nuestros disfraces, serpentinas, pistolas, globos de agua y bombas de vino, con nuestros petardos, piropos y cánticos. Gritábamos envueltos en pétalos, humo, sudor, agua, vino y risas, muchas risas. Decibelios, muchos decibelios. Un armónico caos. Al principio, muchos no lo entendían. Algunos incluso se asustaban y se defendían como podían; pero todos terminaban claudicando ante nuestro ímpetu. Nuestro objetivo era "reconquistar" España desde un prisma sentimental. Liberar a su gente de la tiranía de la crisis económica, para que la crisis solo fuera económica. Nuestra diana era el estado de ánimo. Y aunque todos éramos conscientes de la artificialidad de la hazaña, de su fugacidad, celebrábamos cada victoria como algo definitivo. Y a la mañana siguiente nos marchábamos con el melancólico peso de la resaca, en busca de nuestra próxima víctima. Y así recorrimos muchos pueblos de España aquel verano de 2012, y casi todo fueron victorias, y casi todas duraron un día. Todavía recuerdo el instante en que mi mirada encontró la tuya, en plena batalla. Lo recuerdo como si fuese una fotografía, como si pudiera retroceder en el tiempo, salir de mí y ver el brillo de mis ojos al descubrirte. Desde la seguridad y perspectiva que te proporcionaba el balcón de tu casa, fuiste la primera de tu pueblo en sonreír, quizás al descifrar la nobleza de nuestras verdaderas intenciones. Luego, de entre todas las posibilidades, elegiste mirarme a mí. Y a la mañana siguiente, elegiste tomar mi mano y alistarte en nuestro ejército de la alegría. Conmigo. Nunca olvidaré aquel verano loco en el que te conocí. Un verano de conquistas.


Fotografía por JLT Photography

24 de marzo de 2012

La profundidad del Iceberg (2010)





Cómo olvidar esa imagen del iceberg colgada de la pared. Un fotomontaje lo desnuda ante el mundo, revelando todo su volumen y profundidad. Tres años después su fuerza permanece intacta. Una visión tan imposible, como sugerente y evocadora. Símbolo de muchos de los misterios de nuestra realidad. Me había preguntado en muchas ocasiones: ¿qué tendrá ese témpano de hielo para vestir a tantas paredes? ¡Acaso simboliza la nueva fiebre (o debería decir gripe A) por el cambio climático! Pero la respuesta es fácil: representa la esencia de la desorientación del hombre, enfrascada en cada pregunta sin respuesta. Por eso, cada vez que lo miro, veo una cosa distinta. Unas veces veo mi retrato: un islote a la deriva, mudo, incomunicado, incomprendido, pero en calma. Al fin y al cabo, el silencio es paz, aunque nos empeñemos en combatirlo por temor a la soledad. Reflejo exacto de mi frialdad, de mi incapacidad para comunicarme, para derramar una sola lágrima al saber que de nada serviría… Pero sin dejar de tener ganas de llorar. 

15 de marzo de 2012

Silencio




El eco de sus pasos anuncia la tempestad.
Pasos acelerados, descuidados, precipitados, furiosos… De los que ahogan.
Siempre que llega así, entra sin saludar y enciende la minicadena.
Una canción suena a todo volumen, siempre diferente, pero los gritos de mamá nunca dejan de oírse. Ni los golpes. Sobre todo los golpes. Suenan como disparos. 
Odio la música. Solo la escucho cuando mamá grita o es golpeada.
Hoy mi madre grita más que nunca. O quizás han pasado demasiados años y ya no soy un niño. Ya no basta con tragarme las lágrimas y dejar que la música hable por mí. De pronto, soy incapaz de fingir que ignoro, que no sé.
Hoy es el primer día que puede más la rabia que el miedo.
Trato de ponerme de pie y me tiemblan las piernas. Es la primera vez que muevo mis músculos mientras la música suena.
Doy un paso y me hierve la sangre. Rompo a correr hasta su mazmorra, sumido en un torbellino de ira y miedo.
La puerta está cerrada. Ella grita “¡no, hijo, no!”, y él la pega más fuerte, y eso me hace estallar. Algo se ha quebrado en mí.
Doy patadas y puñetazos a la puerta, la araño, la muerdo, grito, lo insulto, y él la culpa de todos mis pecados. Pero no abre la puerta.
Regreso a mi cuarto y lanzo ese aparato infernal por la ventana.
El suelo cumple su parte del trato y en la casa se hace el silencio.
Sin música no hay baile.
Él llega como una exhalación, pero al verme se asusta.
“Mañana mismo vas a un reformatorio. Estás loco.” 


Fotografía de JLT Photography

12 de marzo de 2012

Restaurante 'Metro Bistró': La transgresión del restaurante de barrio


Muy al contrario de lo que a primera vista podría parecer, 'Metro Bistró' no es un lugar cualquiera. Allí se está librando una (honesta) batalla entre el talento y los recursos financieros. Eso es lo que parece anunciar la típica e imponente barra de bar madrileño que da la bienvenida al comensal... Porque el local apenas logra ocultar los orígenes del establecimiento, que hace bien poco, y durante décadas, era y fue un típico bar madrileño, uno de esos bares con comedor otrora tan abundantes como iglesias y que ahora están en peligro de extinción, ante la falta de relevo natural de los clientes de toda la vida; con un comedor en donde el menú del día era recitado de memoria por los vecinos del (privilegiado) barrio de Argüelles; con “gatos” desfilando, quién sabe si palillo en boca, los domingos por la tarde, y en donde se servían generosas racines de codillo, torreznos y tortilla española, y uno podía sincerarse con el camarero. Y ese cuerpo permanece, como decía, apenas revestido de unas cuantas salpicaduras de modernidad, originalidad y buen gusto (no necesariamente los tres adjetivos “salpicando” los mismos lugares). Y, por supuesto, ahí siguen la barra color gris metalizado, el suelo, en una fallida versión actualizada, etc…

10 de marzo de 2012

Flotando






Tailandia, 5:00 a.m.
Las sábanas blancas yacen apartadas, arrugadas, enroscadas en sus piernas, olvidadas, víctimas de un ciclón. Ella duerme desnuda, como él. El ventilador del techo acompaña fielmente su respiración. El imperio de la calma, en una cama castigada por la pasión. Found in translation. Pero algo desciende lentamente, colgado del ventilador. Hace tiempo que se ha fijado en ella. Ha esperando pacientemente la ocasión ideal, por eso ahora se recrea tanto. Baila sobre sus piernas sin apenas tocarlas, se columpia sobre su cadera. La respira, se entretiene escuchando el latido de su corazón. Ella todavía no sabe si muerde o pica, pero se gira al sentir un dulce hormigueo recorrerle la cintura y se abraza a él.
6 a.m.
Ella sueña con despertarse. Las sábanas han huido del lugar del crimen y regalan su blancura al suelo. El mordisco ha sido certero y el veneno ya inunda su corazón. Cuando despertó a la mañana siguiente, descubrió que estaba enamorada. Nadie la advirtió que en los países tropicales el amor está en el aire. Flotando. 


Fotografía de JTL Photography

5 de marzo de 2012

Sushi & Paella (Relato musical bilingüe)


A Japón. Al peso del silencio, a la música de las palabras concebidas y no nacidas.

“Fa”. Suena mi beso en su mejilla. Me gusta, lo adoro. No dejo que el tiempo apague el eco de esa nota y voy a por más. “sol, do, mi… sol, do, mi… sol, do, mi”. Todo ello en un bajo ostinato. Noto a la Luna bañándose en mi frente. Bajo como un loco hasta su ombligo. Levanto la vista y todavía no me lo creo. Sumisión, placer. Ella está hecha toda de teclas de piano, pero sigue siendo tan suave como siempre. Y yo la toco como un genio de la música, como si la hubiese tocado miles de veces antes, como si ella estuviese hecha para que yo la tocase. Pero a la vez estoy alucinado, sobrecogido, como si fuera la primera vez. “sol, do, mi…”. Decido innovar, mis dedos escapan a la melodía y la desgarran en tonos agudos. “Si, si”. “Sí”, pienso. “Perfecto”. Las teclas se van desprendiendo de su cuerpo según las voy tocando, como una bandada de golondrinas abandonando su árbol favorito, para besar el suelo con la suavidad de las hojas secas en otoño o los copos de nieve en invierno. La desnudo por completo y ya no quedan teclas ni notas para seguir luchando contra el silencio. Y en medio de ese silencio ella abre los brazos y, por fin… Por fin, prefiero el silencio. Porque “su” silencio es para mí, como la música que nace de las manos de mi padre cuando emula a Beethoven en el salón, bendecido por un claro de luna.  

3 de marzo de 2012

Restaurante 'Soy': Elegancia lírica comestible


Cuando Pedro no puede venir, el restaurante cierra.” Con esta contundente frase, Tamayo, la delicada y servicial mujer de Pedro Espina, resume, casi sin querer, la filosofía de este establecimiento. En realidad, la propia Tamayo, la artesanía del cheff español, las reducidas dimensiones y austeridad de la decoración del local (que ni siquiera cuenta con un rótulo en la entrada, pasando totalmente desapercibido incluso para quienes lo andan buscando…) y la configuración del menú degustación que se sirve en las cenas forman parte de un armónico todo: conforman un fragmento de Japón perdido en el centro de Madrid. Así, cenar en Soy es establecer una conexión con Japón mucho más allá de la meramente culinaria. Es, además, un Japón tímidamente de autor. Como si Pedro nos prestara sus sentidos para que sintamos la lírica nipona como él la siente. Porque si por algo destaca Soy es por el aroma artesanal y personal, por un lado, y evocador, por otro, que desprende. Todo está hecho con dedicación y mimo. Y esos conceptos en el año 2012 solo pueden ser sinónimos de la mayor de las sofisticaciones.  

coLlagE


Estás obsesionado con el paso del tiempo. No, espera, son los recuerdos que ni siquiera el paso del tiempo puede borrar. Con esos parásitos que se acomodan en la alcoba de tu mente y tejen ahí su propio hogar. Como arañas de patas infinitas. Caminan, cambian, se desarrollan, a veces se reproducen, pero nunca desaparecen…

Arpegios y tormentas


Por fin quietas, las maletas. Grita emocionada, la puerta.  Comienza a girar, la ruleta. Ella se asoma, la emoción aprieta. Arpegios, notas descontroladas en el aire sobornan mi boca. Su blusa se desabrocha sola. Llueve afuera. Gotas y más gotas. Ella llora suave, suspira, pero ninguna palabra brota. Todas las mías nacen desechas o rotas. Relámpagos nacen y mueren en la tormenta. Miro a un lado, al otro. Todo es nuevo, todo es viejo. Descubro que la quiero. Que la quiero más cuando estoy solo. Pero a ella no le importa. Ya sin ropa, ella para. Me abraza y susurra: “¿por qué volviste?” Vuelvo la cara. Las maletas siguen quietas.