5 de marzo de 2012

Sushi & Paella (Relato musical bilingüe)


A Japón. Al peso del silencio, a la música de las palabras concebidas y no nacidas.

“Fa”. Suena mi beso en su mejilla. Me gusta, lo adoro. No dejo que el tiempo apague el eco de esa nota y voy a por más. “sol, do, mi… sol, do, mi… sol, do, mi”. Todo ello en un bajo ostinato. Noto a la Luna bañándose en mi frente. Bajo como un loco hasta su ombligo. Levanto la vista y todavía no me lo creo. Sumisión, placer. Ella está hecha toda de teclas de piano, pero sigue siendo tan suave como siempre. Y yo la toco como un genio de la música, como si la hubiese tocado miles de veces antes, como si ella estuviese hecha para que yo la tocase. Pero a la vez estoy alucinado, sobrecogido, como si fuera la primera vez. “sol, do, mi…”. Decido innovar, mis dedos escapan a la melodía y la desgarran en tonos agudos. “Si, si”. “Sí”, pienso. “Perfecto”. Las teclas se van desprendiendo de su cuerpo según las voy tocando, como una bandada de golondrinas abandonando su árbol favorito, para besar el suelo con la suavidad de las hojas secas en otoño o los copos de nieve en invierno. La desnudo por completo y ya no quedan teclas ni notas para seguir luchando contra el silencio. Y en medio de ese silencio ella abre los brazos y, por fin… Por fin, prefiero el silencio. Porque “su” silencio es para mí, como la música que nace de las manos de mi padre cuando emula a Beethoven en el salón, bendecido por un claro de luna.  

Juan se despertó humedecido por el sudor y muy confuso. No recordaba siquiera haber pensado en ella en varias semanas y sin embargo ella había sido la protagonista de un sueño extremadamente intenso. Ese sueño le hizo recordar su intercambio con Ai, una chica japonesa cortés, amable, deliciosamente delicada y silenciosa. Una chica diferente, no cabía la menor duda. Juan tuvo que reconocer que, a su vuelta de Japón, le costó arrancarse aquella experiencia de su cabeza. Y era raro, porque apenas podía destacar una anécdota, un diálogo que el vertiginoso paso del tiempo no hubiera borrado. Era simplemente que notaba sobre sus hombros el peso de la ausencia de su silencio. Quería volver a verla contenerse, reprimirse, dar un paso atrás, callar… Y él se imaginaría entonces sus gritos, sus gestos y sus confesiones, con la certeza de que era eso lo que ella pensaba en realidad, cuando callaba y retrocedía... Pero ya habían pasado tres años desde que volvió de Japón. ¡A qué coño venía ese sueño! 

She recalled the exchange in her mind. It was a different world back then. That month in Madrid had been so difficult, she had hated the country: The people were so loud and the food was atrocious. It’s  paella. Pa – e- Ya.There is rice and fish, like Suhi. Eat it its good. She was so shy, she didn’t dare  find a Japanase store in case anybody in Juan’s family might see her.
She couldn’t remember why she had decided to study Spanish. She remembered that she listened once a song of Julio Iglesias. Conservo tu amor tan dentro de mí que aún puedo vivir muriendo de amor, muriendo de ti. It sounded so different, so exciting. Maybe it was that song that made her go to Spain. On the other hand, there was no doubting why Juan had decided to learn Japanese. Food. When he came to Sendai all he did was eat. She would stare at him pick up the food and the way he would put it down his mouth. His thick lips wrapping round the food and then gone, forever. Nobody in the family had ever seen anything like it. Ha Ha would constantly buy food for him, proud that there was finally a man in the house.

She barely talked to Juan. In Spain, just spent time with his friends and when he came to Japan. All he did was eat. But then there had been that moment in Sendai. Everything changed that night.
Itadakimasu. Y empezaba el festín. Todos sonreían en la mesa, sin quitar la vista de Juan. Tan sonrientes y tan lejanos. Tan inofensivos, tan marcianos…. O tal vez él era el marciano. Observarles era como asomarse a un pantano: era imposible averiguar qué escondían dentro. Y entonces Juan axfisiaba a su frustración llenándose la boca. Sake. Arroz. Soja. Wakame. Salmón, toro, kobe, tempura. Como si negarse fuera una falta de educación. Y los padres de Ai continuaban con su procesión de ofrendas mucho más allá de lo razonable, como si aquello fuera una batalla para ver quién era más educado. Solo que era una pelea lenta, suave, silenciosa, amable, armoniosa. Así que Juan seguía comiendo para no alterar aquella catarsis familiar diaria y porque llenarse la boca era la única forma que tenía de justificar su falta de conversación.
Gochisosama. Fin de la ceremonia. Juan nunca creyó que un mordisco pudiera liberar música, pero sí supo reconocer en las idas y venidas de la madre de Ai, en la puerta corredera, en los cojines del suelo, en cada plato, en cada palillo una melodía sin fisuras tocada por cada átomo, cada partícula de aquel salón; y en el que Juan era el único instrumento desafinado, una mancha en la partitura.
Así las cosas, sólo en la última cena Juan logró, por fin, abrir la boca para algo que no fuera comer. Se atrevió con el japonés: Sen-ri no michi no ippo kara. Ai rió con ganas y sus padres la secundaron, orgullosos. Aquella noche, durante la última cena, todo había cambiado ya… "Incluso un viaje de mil kilometros comienza con el primer paso, ¿lo he dicho bien?”, le susurró a Ai, mientras recogían. Ella asintió, sonriente. Pero Ai no había comprendido una palabra del español susurrado de Juan.

The day before Juan’s flight. Juan and Ai were walking in the street back from school. There was the normal awkward silence. Juan tried out some new words he had learnt. Gochiso sama deshita. Then were was that conversation:
-Why did you come to Spain?
I don’t know. Maybe I was looking for something.
-Did you find it.
-No.
She giggled. She didn’t know why she giggled when boys talked to her. Juan continued:
 -I’m sorry you didn’t find it.
She paused, looked at him.
-No, you’re not. You didn’t care that I was there. You just wanted to be with your friends. I saw you laughing at me with them.
-You were looking for attention.
-Really - from you? It doesn’t surprise me that is what you think. You spend all your time looking at yourself, you think everybody else does as well.
Juan choaked on his words as he thought of his reply, paused and finally said in Spanish:
-Vamos, Ai, era una broma. Lo entiendes, ¿broma?
Ai rested in silence, kept walking. Juan insisted:
-Qué hay para cenar hoy?
-Okonomiyaki.
19:30. Ai’s mother stared at the dish she had just prepared wandering whether she had made enough. After all, this was Juan’s last night. She stared at the food, impressed at her skill. She took one last long look at the dish and then turned to Ai and asked her to get Juan for dinner. She walked down the hall, turned into his room and she hesitatingly crept forward. She couldn’t see him but as she turned to her right, she noticed that the toilet door of the en-suite  was ajar, and she could see his reflection in the mirror. Suddenly his eyes were looking into her eyes and at that precise momento time slowed down so that little details like the color of the toothbrush sitting in the mug, or the stain on the next to the mirror seem much more visible. His eyes seemed so big. She stood, watched, and heard his towel hit the floor and then the mirror began to fog as his panting grew louder. She stayed there, transfixed, and after what seemed a long time, the fog disappeared and those eyes reappered as big as ever or bigger perhaps. Ai confidently told Juan: “It’s time for dinner”.
The next day Ai took Juan to the airport. She smiled and giggled all the way to gate. She couldn’t stop talking, she discovered that her Spanish was much better than she had ever imagined.
The words came but Juan left.

Tres años después, el teléfono móvil de Juan sonó de nuevo con esa melodía japonesa que tan graciosa le parecía. No sabía por qué no había cambiado todavía de móvil… Ni por qué eligió una melodía distinta para ella… Ni por qué su ritmo cardiaco se aceleró tanto al oírla de nuevo, al ver su nombre reflejado en la pantalla. Dejó que la melodía fluyese hasta rebotar contra las paredes de su habitación. Ryuichi Sakamoto era un genio. Miles de recuerdos con sabor a salsa de soja se pasearon por su mente, salpicándole la vista de un pasado no tan lejano. Su razocinio de nubló de vaho... Precisamente hoy acababa de soñar con ella.

-¿Ai?
-Ho… Hola Huan.
Juan rió y ella imaginó su sonrisa, aquella perenne sonrisa.
-¿Sabes? Mi español ha mehorado mucho.
-Me alegro. Yo ya he olvidado todo el japonés que me enseñaste. ¡Qué sorpresa!
Silencio.
-¿Ai?
Juan escuchó el sonido de unos papeles desplegándose. Ai transmitía un gran nerviosismo.
-Sólo quería decirte que me voy a casar.
Juan soltó una carcajada burlona.
-¿Me estás invitando a tu boda, Ai?
-Eh… No.
-¿Entonces?
Juan pudo escuchar cómo Ai convertía sus notas en una inservible bola de papel y la lanzaba lejos de su alcance.
-Sólo quería tú supieras… Me pareció buena idea hablar.
-Gracias por pensar en mí, Ai. Me alegro de hablar contigo, de verdad… A lo mejor te envío un regalo de boda y todo.
Ai colgó de repente.

Cuando se trataba de Ai y Juan, el silencio siempre era mejor que las palabras. Horas después de aquella conversación, aquel 11 de marzo, un poderoso terremoto asoló la prefectura de Miyagi, en donde se encontraba Sendai. Juan se asustó, la llamó decenas de veces. El teléfono daba tono, pero ella nuncá lo cogió. Juan siempre dio por sentado que la abrazaría de nuevo, como en la despedida en Japón. La volvió a llamar de nuevo, y luego, otra vez. Nunca se besaron. Cada tono era como una dulce puñalada. Esos malditos tonos agudos dolían, pero no podía dejar de escucharlos. ¿Acaso le importaba no haberla besado nunca? “No.” Llegó a pensar que si ella descolgaba el teléfono, se sentiría decepcionado. Lo único que deseaba ya, era castigarse con ese ritual. Llamada perdida, tras llamada perdida.


Tras el último tono de la última llamada (perdida), Juan fue a comprarse un nuevo móvil. Pero antes, mientras se enfundaba su camiseta favorita, escuchó aquella canción de Julio Iglesias que tanto le gustaba… Conservo tu amor tan dentro de mí que aún puedo vivir muriendo de amor, muriendo de ti. ¡Menudo crack era Julito! 

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