15 de marzo de 2012

Silencio




El eco de sus pasos anuncia la tempestad.
Pasos acelerados, descuidados, precipitados, furiosos… De los que ahogan.
Siempre que llega así, entra sin saludar y enciende la minicadena.
Una canción suena a todo volumen, siempre diferente, pero los gritos de mamá nunca dejan de oírse. Ni los golpes. Sobre todo los golpes. Suenan como disparos. 
Odio la música. Solo la escucho cuando mamá grita o es golpeada.
Hoy mi madre grita más que nunca. O quizás han pasado demasiados años y ya no soy un niño. Ya no basta con tragarme las lágrimas y dejar que la música hable por mí. De pronto, soy incapaz de fingir que ignoro, que no sé.
Hoy es el primer día que puede más la rabia que el miedo.
Trato de ponerme de pie y me tiemblan las piernas. Es la primera vez que muevo mis músculos mientras la música suena.
Doy un paso y me hierve la sangre. Rompo a correr hasta su mazmorra, sumido en un torbellino de ira y miedo.
La puerta está cerrada. Ella grita “¡no, hijo, no!”, y él la pega más fuerte, y eso me hace estallar. Algo se ha quebrado en mí.
Doy patadas y puñetazos a la puerta, la araño, la muerdo, grito, lo insulto, y él la culpa de todos mis pecados. Pero no abre la puerta.
Regreso a mi cuarto y lanzo ese aparato infernal por la ventana.
El suelo cumple su parte del trato y en la casa se hace el silencio.
Sin música no hay baile.
Él llega como una exhalación, pero al verme se asusta.
“Mañana mismo vas a un reformatorio. Estás loco.” 


Fotografía de JLT Photography

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