Estás obsesionado con el paso del tiempo. No, espera, son los recuerdos
que ni siquiera el paso del tiempo puede borrar. Con esos parásitos que se
acomodan en la alcoba de tu mente y tejen ahí su propio hogar. Como arañas de
patas infinitas. Caminan, cambian, se desarrollan, a veces se reproducen, pero
nunca desaparecen…
Un color, un olor, un susto, una
noticia, el acorde de una guitarra española a altas horas de la madrugada, un
reflejo en un río, mechones de pelo cayendo al suelo de una peluquería, la risa
de Eva, un tropiezo, la textura de un par de zapatos, esa canción de los
Beatles, el patio y su naranjo mojado por la lluvia, el atardecer en altamar,
las gaviotas y la brisa, el sonido de una respiración al borde del precipicio
de tu oído… Aquel regalo ¿te acuerdas?. La cuesta de tu primera montaña rusa,
Papá Noel bebiendo Coca-Cola, un perfume, su perfume… Un beso, una caricia,
unos ojos, el reflejo de sus ojos mientras unís vuestros labios. Unos labios,
otros labios. Una mejilla bañada en lágrimas, aquella despedida, esa mano
desnuda que te dijo adiós y no volviste a ver...
Imágenes sueltas, sin apenas recorrido; sin vida propia ni coherencia.
Historias que ni empiezan ni terminan, como si fueran simples descargas de energía. Adrenalina encerrada en un bote de formol. Atrapada en la mortal eternidad
de la mente, esa fábrica de almas. Piezas simples, tan desprendidas e inconexas que es imposible que
puedan componer puzzle alguno. Pero lo hacen, permanecen en tu cabeza
precisamente con ese objetivo, superior a tus fuerzas. Están fuera de tu
control.
Todos esos recuerdos imborrables configuran tu verdadera identidad, la
que no se puede explicar, la que ni siquiera tú habrás logrado comprender un
segundo antes de morir.
Pero, piénsalo: ¿de verdad hay alguien que protagonice más de uno de esos
recuerdos imborrables? ¿Quién es el dueño de ese perfume, esos labios, esa
risa, esos ojos, esa lágrima? ¿Por qué los elegiste precisamente a ellos para
que te acompañaran? Asúmelo, no conoces la respuesta. Son simples retales de una
vida incompleta e inconexa.
Te empeñaste en ladrar y morder a quienes se te acercaron con buenos
propósitos. Mira a aquellos contra quienes blasfemaste. ¡Mírales! Les llamaste
cobardes, porque se acomodaron, por no buscar el amor perfecto, porque no extrañaban
siempre algo más… Por conformarse. Te sorprendería observar el conjunto de sus
recuerdos imborrables. Podrían ser un mapa tan coherente que tú te perderías,
un andamio que te provocaría vértigo, una novela de Katayama, un soneto de
Góngora…
Vagaste por ahí creyendo en el amor, llegando tarde a cada corazón que
encendió el tuyo. Te usaron; usaron tu cuerpo, mientras tú regalabas tu alma…
La fuiste desperdigando en cada carta, en cada conversación, en cada café, en
cada copa, en cada cama, en cada ciudad. Te vaciabas en cada beso, mientras los
demás te usaban como una mera herramienta de entretenimiento, deporte,
venganza, rechazo o puro narcisismo… En el mejor de los casos, fuiste su
marioneta, su juguete, su droga. En el mejor de los casos curaste heridas a
costa de las tuyas. Mientras otros lloraban esperando tu llamada… Y, a cambio,
tú solo generabas un nuevo recuerdo de un segundo de duración.
Una mirada furtiva, un brazalete
enterrado bajo la nieve, aquella canción que bailasteis juntos, un abrazo que
significaba otra cosa… ¿tanto significaba para ti el adjetivo “romántico”?
¿Por qué te empeñaste en el romanticismo del más difícil todavía? ¿A qué venía
esa estúpida obsesión por el masoquismo de la distancia o la furtividad? Todos
tenían ya a alguien cuando tú llegaste… Y siempre dejaste de lado a aquellos
que te quisieron convertir en algo “oficial”, a quienes te tendieron su mano;
confundiendo libertad con rebeldía, madurez con conformismo. ¿Acaso te interesa
más el desprecio y su gusto a gin tonic?
Te acostumbraste tanto a buscar que, por el camino, te volviste alérgico al
verbo “encontrar”.
Tienes lo que te mereces. Un “collage” de recuerdos que son todos
mentira. Pura amalgama caótica de ilusiones manipuladas y mitificadas por y con
el paso del tiempo… ¡Mentiras! Como lo son tus ideales, como lo fueron tus
sentimientos. Porque has alimentado tu vida del aire provocado por el vaivén de
la desorientación. Porque nunca conseguiste escapar a tus propios
interrogantes. Al final, tú también te has conformado. Te conformarás con esos
labios de un segundo, esos ojos, esa caricia y ese beso, esa despedida al
amanecer… Siempre fría por fuera y urente por dentro. Siempre sin promesas,
nunca para siempre. Al fin y al cabo, quizás todos esos recuerdos sí sean
capaces de conformar algo coherente. Quizás sean todos piezas de una misma
mentira. Pero dime, porque eso es lo importante: ¿disfrutaste al menos de ese
camino a ninguna parte?
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