Cómo
olvidar esa imagen del iceberg colgada de la pared. Un fotomontaje lo desnuda
ante el mundo, revelando todo su volumen y profundidad. Tres años después su
fuerza permanece intacta. Una visión tan imposible, como sugerente y evocadora.
Símbolo de muchos de los misterios de nuestra realidad. Me había preguntado en
muchas ocasiones: ¿qué tendrá ese témpano de hielo para vestir a tantas
paredes? ¡Acaso simboliza la nueva fiebre (o debería decir gripe A) por el
cambio climático! Pero la respuesta es fácil: representa la esencia de la
desorientación del hombre, enfrascada en cada pregunta sin respuesta. Por eso,
cada vez que lo miro, veo una cosa distinta. Unas veces veo mi retrato: un
islote a la deriva, mudo, incomunicado, incomprendido, pero en calma. Al fin y
al cabo, el silencio es paz, aunque nos empeñemos en combatirlo por temor a la
soledad. Reflejo exacto de mi frialdad, de mi incapacidad para comunicarme,
para derramar una sola lágrima al saber que de nada serviría… Pero sin dejar de
tener ganas de llorar.
La incesante búsqueda. La dura travesía. La ansiedad de no encontrar. Las heridas provocadas con palabras que con palabras se curan. El gran objetivo. La fe y la mentira, como aliadas en el camino. El inconformismo y su eterna sed, la semilla del progreso. El salto sin red. Nos desvivimos por encontrar agua en Marte, y no vemos el agua de Plutón. Quizás de ella esté hecha la tinta con la que dibujamos nuestros pensamientos.
24 de marzo de 2012
15 de marzo de 2012
Silencio
El eco de sus pasos anuncia la tempestad.
Pasos acelerados, descuidados, precipitados, furiosos… De
los que ahogan.
Siempre que llega así, entra sin saludar y enciende la
minicadena.
Una canción suena a todo volumen, siempre diferente, pero
los gritos de mamá nunca dejan de oírse. Ni los golpes. Sobre todo los golpes.
Suenan como disparos.
Odio la música. Solo la escucho cuando mamá grita o es
golpeada.
Hoy mi madre grita más que nunca. O quizás han pasado
demasiados años y ya no soy un niño. Ya no basta con tragarme las lágrimas y
dejar que la música hable por mí. De pronto, soy incapaz de fingir que ignoro,
que no sé.
Hoy es el primer día que puede más la rabia que el miedo.
Trato de ponerme de pie y me tiemblan las piernas. Es la
primera vez que muevo mis músculos mientras la música suena.
Doy un paso y me hierve la sangre. Rompo a correr hasta su mazmorra, sumido en un torbellino de ira y miedo.
La puerta está cerrada. Ella grita “¡no, hijo, no!”, y él la
pega más fuerte, y eso me hace estallar. Algo se ha quebrado en mí.
Doy patadas y puñetazos a la puerta, la araño, la muerdo,
grito, lo insulto, y él la culpa de todos mis pecados. Pero no abre la puerta.
Regreso a mi cuarto y lanzo ese aparato infernal por la
ventana.
El suelo cumple su parte del trato y en la casa se hace el
silencio.
Sin música no hay baile.
Él llega como una exhalación, pero al verme se asusta.
12 de marzo de 2012
Restaurante 'Metro Bistró': La transgresión del restaurante de barrio
Muy al contrario de lo que a primera vista podría parecer, 'Metro
Bistró' no es un lugar cualquiera. Allí se está librando una (honesta) batalla
entre el talento y los recursos financieros. Eso es lo que parece anunciar la
típica e imponente barra de bar madrileño que da la bienvenida al comensal...
Porque el local apenas logra ocultar los orígenes del establecimiento, que hace
bien poco, y durante décadas, era y fue un típico bar madrileño, uno de esos
bares con comedor otrora tan abundantes como iglesias y que ahora están en
peligro de extinción, ante la falta de relevo natural de los clientes de toda
la vida; con un comedor en donde el menú del día era recitado de memoria por
los vecinos del (privilegiado) barrio de Argüelles; con “gatos” desfilando, quién
sabe si palillo en boca, los domingos por la tarde, y en donde se servían generosas
racines de codillo, torreznos y tortilla española, y uno podía sincerarse con
el camarero. Y ese cuerpo permanece, como decía, apenas revestido de unas
cuantas salpicaduras de modernidad, originalidad y buen gusto (no
necesariamente los tres adjetivos “salpicando” los mismos lugares). Y, por
supuesto, ahí siguen la barra color gris metalizado, el suelo, en una fallida
versión actualizada, etc…
10 de marzo de 2012
Flotando
Tailandia, 5:00 a.m.
Las sábanas blancas yacen apartadas, arrugadas, enroscadas
en sus piernas, olvidadas, víctimas de un ciclón. Ella duerme desnuda, como él.
El ventilador del techo acompaña fielmente su respiración. El imperio de la calma,
en una cama castigada por la pasión. Found in translation. Pero algo desciende
lentamente, colgado del ventilador. Hace tiempo que se ha fijado en ella. Ha
esperando pacientemente la ocasión ideal, por eso ahora se recrea tanto. Baila
sobre sus piernas sin apenas tocarlas, se columpia sobre su cadera. La respira,
se entretiene escuchando el latido de su corazón. Ella todavía no sabe si
muerde o pica, pero se gira al sentir un dulce hormigueo recorrerle la cintura
y se abraza a él.
6 a.m.
Ella sueña con
despertarse. Las sábanas han huido del lugar del crimen y regalan su blancura al
suelo. El mordisco ha sido certero y el veneno ya inunda su corazón. Cuando
despertó a la mañana siguiente, descubrió que estaba enamorada. Nadie la
advirtió que en los países tropicales el amor está en el aire. Flotando.
Fotografía de JTL Photography
Fotografía de JTL Photography
5 de marzo de 2012
Sushi & Paella (Relato musical bilingüe)
A Japón. Al peso del silencio, a la música de las palabras concebidas y no nacidas.
“Fa”. Suena mi beso en su
mejilla. Me gusta, lo adoro. No dejo que el tiempo apague el eco de esa nota y
voy a por más. “sol, do, mi… sol, do, mi… sol, do, mi”. Todo ello en un bajo
ostinato. Noto a la Luna bañándose en mi frente. Bajo como un loco hasta su
ombligo. Levanto la vista y todavía no me lo creo. Sumisión, placer. Ella está
hecha toda de teclas de piano, pero sigue siendo tan suave como siempre. Y yo
la toco como un genio de la música, como si la hubiese tocado miles de veces antes,
como si ella estuviese hecha para que yo la tocase. Pero a la vez estoy
alucinado, sobrecogido, como si fuera la primera vez. “sol, do, mi…”. Decido
innovar, mis dedos escapan a la melodía y la desgarran en tonos agudos. “Si,
si”. “Sí”, pienso. “Perfecto”. Las teclas se van desprendiendo de su cuerpo
según las voy tocando, como una bandada de golondrinas abandonando su árbol
favorito, para besar el suelo con la suavidad de las hojas secas en otoño o los
copos de nieve en invierno. La desnudo por completo y ya no quedan teclas ni
notas para seguir luchando contra el silencio. Y en medio de ese silencio ella
abre los brazos y, por fin… Por fin, prefiero el silencio. Porque “su” silencio
es para mí, como la música que nace de las manos de mi padre cuando emula a
Beethoven en el salón, bendecido por un claro de luna.
3 de marzo de 2012
Restaurante 'Soy': Elegancia lírica comestible
“Cuando Pedro no puede venir, el
restaurante cierra.” Con esta contundente frase, Tamayo, la delicada y servicial
mujer de Pedro Espina, resume, casi sin querer, la filosofía de este
establecimiento. En realidad, la propia Tamayo, la artesanía del cheff español,
las reducidas dimensiones y austeridad de la decoración del local (que ni
siquiera cuenta con un rótulo en la entrada, pasando totalmente desapercibido
incluso para quienes lo andan buscando…) y la configuración del menú
degustación que se sirve en las cenas forman parte de un armónico todo:
conforman un fragmento de Japón perdido en el centro de Madrid. Así, cenar en
Soy es establecer una conexión con Japón mucho más allá de la meramente
culinaria. Es, además, un Japón tímidamente de autor. Como si Pedro nos
prestara sus sentidos para que sintamos la lírica nipona como él la siente.
Porque si por algo destaca Soy es por el aroma artesanal y personal, por un
lado, y evocador, por otro, que desprende. Todo está hecho con dedicación y
mimo. Y esos conceptos en el año 2012 solo pueden ser sinónimos de la mayor de
las sofisticaciones.
coLlagE
Estás obsesionado con el paso del tiempo. No, espera, son los recuerdos
que ni siquiera el paso del tiempo puede borrar. Con esos parásitos que se
acomodan en la alcoba de tu mente y tejen ahí su propio hogar. Como arañas de
patas infinitas. Caminan, cambian, se desarrollan, a veces se reproducen, pero
nunca desaparecen…
Arpegios y tormentas
Por fin quietas, las maletas. Grita emocionada, la
puerta. Comienza a girar, la
ruleta. Ella se asoma, la emoción aprieta. Arpegios, notas descontroladas en el
aire sobornan mi boca. Su blusa se desabrocha sola. Llueve afuera. Gotas y más
gotas. Ella llora suave, suspira, pero ninguna palabra brota. Todas las mías
nacen desechas o rotas. Relámpagos nacen y mueren en la tormenta. Miro a un lado, al otro. Todo es nuevo, todo es viejo.
Descubro que la quiero. Que la quiero más cuando estoy solo. Pero a ella no le importa.
Ya sin ropa, ella para. Me abraza y susurra: “¿por qué volviste?” Vuelvo la
cara. Las maletas siguen quietas.
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